Los muros vallados puestos por doquier, al estilo de burladeros incluso en el color, reducen la visión, el disfrute del ciudadano y la libertad de todos nosotros para comunicar y trasladarnos por las calles de su ciudad en busca de sus procesiones o sus templos. Nos privan de decisión, espontaneidad e, incluso, del mensaje del evangelio si es creyente. Impide el disfrute espontáneo y libre de las procesiones y monumentos de las cofradías, provocando una ciudad colapsada en determinadas zonas de paso y grandes aglomeraciones peligrosas de personas.
Igual que no se cierra parte de las casetas de la feria, no se tienen que poner burladeros en las calles para que se coloquen los acomodados. Que más personas mayores hay deambulando entre planchas de madera y paredes de ladrillo que allí sentados. Que, seamos serios, la carrera oficial permitida por el gobierno local es la de mayor recorrido de Andalucía. Jerez de la Frontera cuenta con un recorrido de 1,4 kilómetros, Málaga con un recorrido mide 1150 metros, Cádiz con 1.100 metros y Sevilla con una carrera oficial de 1.070 metros. Hablamos de Málaga o Sevilla que nos cuadruplican en población y extensión de su ciudad. No es normal.
Seguro que un pez puede acomodarse a una pecera, o un elefante a vivir en un zoo, o un ciudadano puede acostumbarse a dormir en un banco o, incluso, una víctima de maltrato llega a acostumbrarse a su agresor. Pero que cada cuál se acomode a una situación discriminatoria no quiere decir que no exista discriminación o sea normal. Imponer semejantes muros a una ciudad es discriminatorio para el resto de ciudadanos o, en su caso, cristianos. Nada tiene que ver con la cultura, la religión o la carrera oficial. Los muros tienen que ver con discriminación, con el lugar que ocupas y la imposibilidad de tu disfrute. Y provoca rechazo, ahora en silencio, mañana, aversión. Mucha menos gente, mucha menos estima. Decrepitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario