Cuando pasa el tiempo, pasa.
Te das cuenta caminando por las calles de Jerez. Miras los coches y no ves ningún renault 5 aparcado, como en el que te montaste alguna vez para ir al colegio con tu padre. No verás las vetustas motos circular con paquete, con sus ruidosos tubos de escape, sin filtros y metalizados. Las calles dicen ser peatonales, aunque cada vez haya más coches molestando. Las plazas son iluminadas, de focos con colores mareados.
Nadie fuma ahora, o lo disimulan escondiendo su cigarro. Ya nadie huele el penetrante olor a mosto viejo por los portales o a la manteca colorá de la alimentación de abajo. Las luces de navidad no colorean el oscuro horizonte de la calle con bombillas. Tampoco la Vega recibe a los viandantes con un humeante chocolate con churros, en aquellas mesas ruidosas y altas. Se acabó el desfilar de las mujeres enlutadas con pesadas bolsas provinientes de la Plaza. Se perdieron los viejos que esperaban en las puertas de los tabancos, o los chavales que guardaban colas en las discotecas o los barrenderos con cepillo y pala o los limpia de gorra y pinta, a la sombra de su semáforo. Se esfumaron los que vendían pañuelos, los cojos con muletas y los que tosían gargajos.
Cuánto tiempo habrá pasado, que ya no se ven zambombas de barrio. Se escuchan viejas canciones del pasado, mezcladas con voces presentes que no recuerdan cantarlo. Ya no hay silencio, hay desagrado. Dónde estará los grandes rótulos de antaño, que iluminaban de color neón los tejados. Las zapaterías, las relojerías, las jugueterías y sus escaparates con regalos. Nadie recuerda ya un buen abrigo de forro pelado. Cuando no había plastas en las aceras ni tanto parque de columpio dorado. Y es que pasan los años, y te das cuenta caminando. Caminando por las calles del Jerez de antaño que nos recuerdan, año a año, cuánto ha cambiado el escenario.
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