jueves, 23 de noviembre de 2023

Dīvide et īmpera

 


Cuando has pasado tanto y tanto has visto, de tal forma que entiendes que no puedes recibir lecciones de nadie y te sientes por encima de las opiniones, entonces, puedes opinar con objetividad. Y así opino hoy de lo que presencié físicamente el domingo en Chapín.

Fui a ver un partido entre dos equipos XCD y XDFC. Con cerca de 9000 personas comprobé que la mayor parte (6.000 o 7.000) llevaban bufandas o camisetas del XCD. Otros tantos (2.000 p 3.000), en una parte pequeña, llevaban algún signo distintivo del XDFC. Creo, eran los menos, por eso de "jugar fuera de casa".

Cuando estuve el domingo en Chapín, en un lugar cualquiera, y observaba esa dualidad que pueden tener las cosas identificada en lo mismo (su misma ciudad, su mismos colores, su mismo estadio, sus mismas canciones, su misma raíz) me recorrió la nostalgia del que ha perdido sin querer una parte de sí mismo, que se siente solo cuando alguien se marcha, a la vez cerca pero tan lejano. Es la desubicación en su misma casa, después de un gran viaje. Es la agria alegría de encontrar a alguien en una estación, que tiene que coger un tren. Esa tristeza del que pierde una batalla que sabía no podría ganar.

Más allá de puntos y posiciones, reproches y prejuicios, mirar un campo lleno de miles de aficionados que viven lo mismo pero sentirse huérfano de unión, me hizo recordar las sombras de personajes pasados que provocaron un profundo daño en el aficionado de la ciudad. Parecía que aquellos siniestros personajes eran los que insultaban o se recreaban en la diferencia por la boca o la garganta de los aficionados xerecistas. A lo que nos han llevado aquellos.

Nos han llevado a un estado de ánimos en los que unos reprochan un abandono provocado por aquellos y los otros reprochan haberse aliado con aquellos. Es como si el mal del resentimiento lo hubiese inyectado Morales o Ricardo en los brazos de todos los aficionados, de tal forma que no vemos más allá, ciegos de razones que no sabemos explicar, pero sin identificar claramente que la culpa no es de uno u otro sino de los que los que apretaron el botón del daño.

Hay que ver más allá. Y eso requieren ver que aquellas sombras siniestras vencieron en el pasado y siguen ganando hoy. Vencieron en su cruzada contra los xerecistas que se opusieron, vencieron a los xerecistas que permanecieron, vencieron en dividir a los aficionados, y lo siguen haciendo hoy como se demostró el domingo en Chapín. 

El lastre de los mangantes sigue presente, no ha cesado. Sigue presente en la falta de respeto entre todos, en la tensión existente entre hermanos, en los cánticos avinagrados, en los resentimientos, en la desconfianza, en la perversión que es encontrar a dos hermanos que visten igual en una boda y se rechacen por culpa de un tercero interesado. Porque lo que impide la reunificación es la sombra alargada de esos personajes que tanto dolor han generado y la torpeza ambiciosa de otros que ocupan cargos interesados. 

Alguien que venía conmigo a ver el partido, sin interés pasado y presente en el xerecismo, me dijo que el espectáculo le parecía ridículo. Aficionados a lo mismo, con intereses comunes, con lazos deportivos presentes y pasados idénticos, con símbolos duplicados, con cánticos repetidos, con mismos colores deben parecer ridículos para los ojos de alguien que no sabe de prejuicios y dolor. 

El domingo nadie ganó, todos perdimos. Recrearse en la desunión en la mayor de las derrotas. Y contra antes lo veamos todos, antes le pondremos solución. Miren más allá de las razones que tiene cada uno y más allá de las poltronas creadas interesadamente. Olviden resentimientos, dolores y reproches. El superar esta brecha requiere de todos lo mejor porque, de lo contrario, Los Morales o Ricardos siguen ganando a nuestra afición y ciudad. Una afición que se merece un único equipo, club y sentimiento completo y pleno. Habrá gente que nos diga que esto lo merecen los unos o los otros, pero esa razón es la misma que da Oliver, Morales o Ricardito. Y a esos no les importa el Xerez.

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