miércoles, 6 de diciembre de 2023

Jingle bells, jingle all the way

Ahora que llega la navidad, en la que todos expresamos amorosas frases de amistad, concordia y buenos deseos, quiero recordar tres de los actos humanos por los que creo poco en la evolución fraternal de la humanidad. Mejor dicho, no creo nada:

1. Pandemia del Covid. Sálvese el que pueda, en Mercadona. La palabra insolidaridad se manifestó claramente en las estanterías vacías de los hipermercados. Recuerden, ¡más vale 10 pollos que 1!, antes yo que el vecino. 


2. Tapón en la entrada a la plaza de toros de Pamplona en San Fermín. Quítate de aquí, que quiero salvar mi pellejo y si para ello debo aplastarte el cráneo, pues así es la vida. Lo llamamos instinto de supervivencia cuando lo que es realmente es una agresión justificada para salvarme a costa del prójimo.


3. Cualquier mañana en la entrada de un colegio cualquiera. Manadas incontroladas de padres, bajo un estado de angustia y desenfreno, empujan, taponan, se saltan las normas de tráfico y civismo, la decencia y la vergüenza, para conseguir soltar a su hijo en la mismísima puerta del colegio, sin bajarse de una acera o de su coche, no hablemos de cuando llueve.



Todos estos mensajes dulzones y empalagosos (no solo en navidad) quedan en la nada más absoluta cuando el ser humano se encuentra en una situación angustiosa. En esos momentos sale a la luz la verdadera naturaleza de supervivencia personal, egoísta e insolidaria. La negra navidad, la llamo yo. Pero que bien queda, ¿no? eso de "felices fiestas". Sí, sí, pero mientras suenan las campanas.

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