La humildad consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Es decir, ser nosotros mismos, sin egos, soberbia, pasiones o o exageraciones. Es lo que el aforismo romano quería reflejar con el "scire te ipsum", conócete a ti mismo y actúa como eres, sin más, ni menos. Y si puedes.
Pero esta simple palabra o virtud, que parecería un objetivo en cualquier libro de autoayuda, es imposible, absolutamente imposible, de encontrar en nuestra Sociedad, también local. No existe, por más que se mire a cualquier ámbito de la sociedad; deporte, cultura, política, educación. Por así decir, la falta de humildad viene con nuestra sociedad (de serie autoimpuesta), con la mentira que parece compartimos, y lo contrario parece una debilidad, o podemos llamarlo inferioridad.
Hay una guerra de egos ahí fuera. Forma parte de la crisis existencial de valores que padecemos y en la que nos educan. Lo saben. Lo leemos todos los días en el periódico y lo padecemos día tras día en el trabajo, las relaciones personales o familiares. La gente no busca la verdad en su relación sino la justificación y la mentira. Eso es lo que quería decir Gandhi cuando decía que quien busca la Verdad debe ser más humilde que el polvo. No existe humildad ni verdad, existe la soberbia, la dictadura del yo.
Es muy difícil explicar a un niño pequeño que es la humildad. No te faltan las palabras para explicarlo sino los ejemplos. Porque vivimos rodeado de la esencia contraria, la que nos imponen y las que nos enseñan. Como cuando vamos por nuestra derecha en la acera y viene la madre con la hija a empujarte hasta la vía donde circulan coches. O cuando ves a los padres del mal llamado fútbol base pavonearse de las acciones de sus hijos a costa de ridiculizar al contrario. O cuando el vecino te cierra la puerta de la casapuerta en tus propias narices pues tiene prisa. O cuando el coche acelera durante el final del parpadeo del semáforo en naranja para no esperar un minuto, poniendo en peligro a los peatones. O cuando aparcamos en el paso de peatones por soltar al niño junto a la puerta del Colegio. Y tantos más.
La educación, la verdad y la bondad forma parte de la humildad. Y esos valores del pasado no forman parte de la vida diaria. Ahora nos interesa más la entrada del Prendi que ser cristiano y bondadoso con el prójimo. Nos interesa que el equipo de mi hijo gane a que jueguen todos los niños del banquillo. Preferimos sentir a otros discriminados para sentirnos más reforzados. Porque hemos elegido la infelicidad de otros para autoconvencernos de nuestras pobres mentiras.
Solo al final, cuando la realidad de la vida desinfla esa mentira artificial que sirve para desplazar la humildad, es cuando vuelve a nosotros la humildad. En ese momento entendemos que no existe arrogancia ni soberbia que sobreviva, y nos volvemos mejores personas. Debe ser por eso que es la única virtud con la que naces y mueres, pero que en vida pierdes. Es curioso; nunca es tarde para encontrarla, pero si no la buscas, a ti volverá. Al fin. En tu final.
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