sábado, 13 de agosto de 2016

Basura cultural, verano jerezano



La actividad cultural, su disfrute y su ejercicio, es imprescindible en la vida del hombre. Quizá no se trata de una experiencia que se aprecie de forma inmediata pero, la cultura y su disfrute nos permite ser reflexivos, entender lo que ocurre a nuestro alrededor, decidir de forma correcta (agudiza el sentido y la razón) y, por encima de todo, disfrutar con mayor intensidad de la vida y de lo que nos ofrece. La persona más culta tiene más recursos, aprovecha y saborea lo que le rodea con mayor intensidad; en una frase, vive más el mismo tiempo y, en la mayoría de los casos, sabe porqué.

Pensando una palabra que pueda definir la actividad cultural veraniega en nuestro término municipal y ciudad no tengo problemas para encontrarla pero sí para acertar en su mínima dimensión. Porque si la calificamos como desierto cultural no la definimos ya que los desiertos suelen tener oasis. Yermo, hace referencia a que una vez habitó o se cultivó entre sus calles, que no es el caso. Por eso escribo que la cultura en Jerez es una auténtica basura, en el sentido de que solo tiene una naturaleza residual, aplicada al desecho mutilado y descompuesto de tópicos y marginalidades.

Verano es sinónimo de basura cultural en nuestra tierra. Un auténtico y pleno desecho residual que se extiende entre los senderos adoquinados de sus calles más céntricas, azotadas por el levante y la dejadez municipal. Que lástima contemplar nuestra ciudad, iluminada por la luz de las farolas y su luna, entre las mesas ocupadas y los turistas de todo género, mientras que padecemos silenciosamente el abandono y la degradación cultural.

Y si fuera el colofón cultural a este espectáculo decrépito, doloroso y repulsivo, podemos observar los distintos carteles a lo largo de la calle larga sobre unas actuaciones musicales selectas y privadas, de aforo limitado y 30 euros la más barata. Patrocinado por una bodega que ha extraído de la tierra de todos su fortuna y que, salvo un monumento inmerecido que donó a la ciudad para que lo colocase en lugar central, no ha dado nada al término municipal. Y no me vengan con el cuento tan repetido como incierto de su contribución a la ciudad, de la que parasitó más que entregó. Resumen de la tendencia imperceptible del desapego jerezano a su vino, que asumo como propio. Ya no cuela.

Porque la cultura no es privada y no debe pagarse. Debe ser pública y todos debemos tener posibilidad de disfrutarla. De lo contrario se guarda en bibliotecas de monasterios y conventos para el disfrute de unos pocos pudientes; provocando una nueva edad media para el pueblo llano y la decrepitud y subdesarrollo del término municipal. Por eso debemos exigir que el verano sea cultural en Jerez, como forma de distracción pero también de desarrollo ciudadano. Cultural y pública, base del avance de la población hacia algo mejor del absoluto abandono y dolor que se siente en silencio en la actualidad.

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