viernes, 29 de diciembre de 2023

Agua y aceite

 


Una vez escribí el Círculo. Y no, no es la superficie plana contenida dentro de una circunferencia. Es la representación de flujos de influencia compuesto por intereses económicos y políticos que se reciben y se otorgan, según convenga, retroalimentándose. Y quizás lo peor del círculo es que, siendo dignas y necesarias, encontramos dentro de su engranaje profesiones como la de periodista. El mismo que utiliza su pluma para favorecer siempre y cuando el favorecido tenga a bien publicitarse.

El daño al lector o espectador es colosal, tanto o más que al medio de comunicación. Su labor se ve indigna y tendenciosa, lejos de la verdad real de la calle, propia de un legítimo miembro afiliado de un partido que, si cumple, come y si no quiebra. Por eso el periodismo está tocado de muerte. El periodista se enfrenta al dilema de la libertad ausente. Al dilema de auto censurarse, ensombreciendo lo que no le financia y resaltando lo que sí le paga.

No se puede hablar hoy día de periodismo y verdad, periodismo e imparcialidad, y periodismo y objetividad. Ya no podemos hablar ni si quiera de subjetividad en lo que se redacta, pues prima la obediencia, no la visión personal. Ahora el sesgo se impone, sea político o empresarial, parcheando las redacciones y descolocando los titulares con el único fin de captar a un electorado partidista concreto. Periodismo bastardo, es decir, con padre político no reconocido.

La relación del periodismo y la política es como la del agua y el aceite. Nunca se disolverán, no se mezclarán, pero se contaminan. Porque en su relación nace lo peor de cada uno. En el periodista la autocensura, en el político la influencia invasiva. Una contaminación que rezuma pestilencia en el choque de manos y abrazos. Tantos hay, como más aquella.  

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