Este artículo lo publiqué en la página de buxjerez.com el 5 de Marzo de 2009. Por entonces el término municipal contaba con 26.500 desempleados (casi diez mil personas menos que hoy) y por entonces parecía que a este problema de la actividad económica en la ciudad no se le daba suficiente crédito. De todas formas lo publico en el blog porque me parece que todavía es más que aplicable a la realidad que nos toca vivir. Lo llamé el silencio de los cordero; pero también se le debería añadir "y de los verdugos".
¿Dónde están los que demandan empleo? Esa pregunta se la hace la ciudad cada vez que los primeros rayos de luz comienzan a surcar el humeante bullir de la ciudad que se despereza. Mientras que los políticos se levantan y toman sus desayunos en tazas de cristal de bohemia, y los asesores miran el periódico para comprobar si salió la foto que mandó al periódico afin al partido, hay 26.500 jerezanos que tratan de levantarse y encontrar algún sentido a sus vidas. Y cuando lo hacen tratan de esconderse, sintiéndose culpable por no dar la vida que desean a los que los rodean. Sintiendo el peso de aquello que ven en otros individuos que tienen menos méritos que ellos y que ganan grandes sueldos por figurar al lado de personas que se llaman a sí mismos como políticos.
Pues sí. Los parados de Jerez se esconden. Sea por ese sentimiento de culpabilidad de que no han hecho las cosas como debieron pero sin saber, o por ese verguenza que produce el reclamar lo que se piensa que es egoista aunque verdaderamente no lo sea, o por la estúpida creencia de que tienen que pedir perdon por no cobrar ni la décima parte de lo que lo hacen los políticos locales. Padecen esa extraña sensación de ser cordero entre las mentiras del pastor. Esa sensación de burro apaleado que cree merecérselo. Y piden a gritos, en lo más profundo de su corazón, que le devuelvan la vida, pues esta no es la suya y desean escapar, huir o emigrar.
Los parados de Jerez no los encontrarás por la calle. Pues es difícil que alguien que lo sea lo reconozca con facilidad. Menos en manifestaciones secundando cabalgatas de panzudos y cabezudos que llevan pancartas sindicalistas y dicen revindicar sus derechos y la defensa de sus empleos. Y es que mientras aquellos se encuentren cerca siempre les dirán que han tenido suerte de haberlos conocido y de que sean ellos los que revindiquen sus puestos de trabajo, aunque piensen y deseen todo lo contrario. Y cuando crucen la esquina se convertirán en otra cifra más, una cifra que no puede andar ni reclamar, y manipulado y vapuleado por individuos de puros humeantes.
Si no ves a los 26.500 puede ser que no mires bien. Porque quizás usas el mismo prisma de la política local jerezana. Porque quizás no quieres dentro de tí encontrarlos. Porque es más fácil decir que el día fue perfecto y todo parece tan feliz. Que la cabalgata fue mejor que la del año pasado y que los presupuestos de solidaridad se incrementaron el quince porciento. Pero no, aunque no quieras verlos, están ahí. A tu lado, como un número más. Y son más de veintiseis mil.
¿Dónde están los que demandan empleo? Esa pregunta se la hace la ciudad cada vez que los primeros rayos de luz comienzan a surcar el humeante bullir de la ciudad que se despereza. Mientras que los políticos se levantan y toman sus desayunos en tazas de cristal de bohemia, y los asesores miran el periódico para comprobar si salió la foto que mandó al periódico afin al partido, hay 26.500 jerezanos que tratan de levantarse y encontrar algún sentido a sus vidas. Y cuando lo hacen tratan de esconderse, sintiéndose culpable por no dar la vida que desean a los que los rodean. Sintiendo el peso de aquello que ven en otros individuos que tienen menos méritos que ellos y que ganan grandes sueldos por figurar al lado de personas que se llaman a sí mismos como políticos.
Pues sí. Los parados de Jerez se esconden. Sea por ese sentimiento de culpabilidad de que no han hecho las cosas como debieron pero sin saber, o por ese verguenza que produce el reclamar lo que se piensa que es egoista aunque verdaderamente no lo sea, o por la estúpida creencia de que tienen que pedir perdon por no cobrar ni la décima parte de lo que lo hacen los políticos locales. Padecen esa extraña sensación de ser cordero entre las mentiras del pastor. Esa sensación de burro apaleado que cree merecérselo. Y piden a gritos, en lo más profundo de su corazón, que le devuelvan la vida, pues esta no es la suya y desean escapar, huir o emigrar.
Los parados de Jerez no los encontrarás por la calle. Pues es difícil que alguien que lo sea lo reconozca con facilidad. Menos en manifestaciones secundando cabalgatas de panzudos y cabezudos que llevan pancartas sindicalistas y dicen revindicar sus derechos y la defensa de sus empleos. Y es que mientras aquellos se encuentren cerca siempre les dirán que han tenido suerte de haberlos conocido y de que sean ellos los que revindiquen sus puestos de trabajo, aunque piensen y deseen todo lo contrario. Y cuando crucen la esquina se convertirán en otra cifra más, una cifra que no puede andar ni reclamar, y manipulado y vapuleado por individuos de puros humeantes.
Si no ves a los 26.500 puede ser que no mires bien. Porque quizás usas el mismo prisma de la política local jerezana. Porque quizás no quieres dentro de tí encontrarlos. Porque es más fácil decir que el día fue perfecto y todo parece tan feliz. Que la cabalgata fue mejor que la del año pasado y que los presupuestos de solidaridad se incrementaron el quince porciento. Pero no, aunque no quieras verlos, están ahí. A tu lado, como un número más. Y son más de veintiseis mil.
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