martes, 24 de julio de 2012

Parábola de los dos hijos



Qué me importa a mí, decían. Hay muchos que vivían en su burbuja de individualismo y creían que su mundo egocentrista no se vería tocado por los males momentos de los demás ciudadanos. Pero no, no se daban cuenta que bajo su patética imagen autosuficiente y pretenciosa, solo existe dependencia y relación económico social con los demás ciudadanos.

Una ciudad en la que un barrendero (con todos mis respetos para ellos) cobra casi el doble que cualquier puesto administrativo en empresa privada, que algunos administrativos del ayuntamiento cobra más que cualquier abogado, algo no va bien.

Para entender lo que quiero decir permita su paciencia una parábola. Un familia consta de un padre anciano, madre y dos hijos. Uno de ellos, el mayor, trabaja duramente, cultiva y recolecta, bajo el sol los terrenos del padre. Por la mañana se levanta muy temprano y por la tarde llega a casa muy tarde. El sudor le consume día tras día, tras el duro trabajo, mientras que recibe una paga del padre mediana dependiendo de aquello que obtiene. Por otra parte se encuentra su hijo menor. El padre, anciano que no puede leer, no puede valerse por sí y paga un salario fijo y constante al hijo menor para que administre las cosechas cultivadas y recolectadas por el mayor.

Los trabajos del hijo mayor y el menor son necesarios. Sin el del mayor no hay cosecha y sin el del menor no hay administración de las cosechas. Pero, a diferencia del trabajo del hijo menor, el mayor es más esforzado e importante. La riqueza es algo que se obtiene produciendo y ese es lo que obtiene el hijo mayor. La finca puede crecer en riqueza si trabaja más, si tiene más rendimiento y puede atender a mayor cultivo y recolección. Por su parte, el hijo menor, siempre estará condicionado a lo que el mayor recolecte. Su rendimiento será el mismo, no más porque más trabaje.

Piensen que llega la sequía y parte de la cosecha se pierde varios años y el trabajo se reduce proporcionalmente para ambos hijos. Los ingresos son menores pero solo se reduce el salario del hijo mayor porque el del menor era constante. El hijo mayor acude al padre para pedirle que, dado que los ingresos son menores y los trabajos de ambos se han reducido, tenga a bien reducir el salario del hijo menor por el bien de la granja. Pero el padre se niega porque dice que el salario del menor era constante y fijo.

Si el padre no reduce el salario del administrador corre el riesgo (llámenle prima de riesgo) de acabar con la granja. Porque la granja no puede pagar el salario constante del hijo menor que cobra como si la granja tuviese los mismos rendimientos que siempre. Hay gente que dirá que son derechos adquiridos en el pasado. Pero efectivamente, el pasado es pasado y nos encontramos en otros tiempos; secos y de pan duro.

El mundo peninsular anterior ha quebrado. Gracias a todos y en perjuicio de todos. Seguramente tenga que ver las esferas de individualismo y egoísmo al que nos educaron como la primera lección para sobrevivir en el pseudocapitalismo que creíamos intervenido. Pero aquí nos topamos con la vida, que enseña muchas paradojas a lo largo de su historia. Los mundos de nuestra sociedad, el privado y el público, como hijo mayor y menor, parecen enfrentados. Es necesario que ejerzan de buenos hijos y, por el bien de la granja peninsular, comiencen a entenderse eliminando las esferas de invidividualismo y egoísmo. El nuevo muro de Berlín, debe caer.

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