La torpeza es un mal que no se suele diagnosticar por uno mismo y, además, pasa inadvertido por los familiares y amigos que suelen justificar al enfermo y alentarlo en busca de una nueva piedra en la que tropezar. El torpe por sí habla de lo que no sabe, hace lo que no le enseñaron ni aprendió y relata lo que no comprende. Ciertamente es un mal silencioso que se manifiesta con signos evidentes aunque se trate de disimular y se exterioriza dentro de la sinrazón que no es más que no atribuir a su razón la duda que conlleva la subjetividad del torpe. Permítanme escribir esta definición de torpeza, basada en lo que uno ve y lee diariamente en esta ciudad, que, lejos de aminorar, crece con el aliento de las camarillas de palmeros que no cejan en su aplauso fácil ni alago barato, sea cual sea el signo político que se tercie.
Donde no hay justicia es peligroso tener razón, ya que los imbeciles son mayoría (Quevedo). A mí me enseñaron desde pequeño que la justicia son valores y principios inmutables, ciertos, libres y cuya aplicación no necesita de abogados ni juristas para mostrar el valor y la equidad. En Jerez sucede que no son ni abogados ni juristas los que escriben o hablan sobre cuál es la justicia o quién tiene razón. Es peligroso cuando la mayoría aplaude al torpe que escribe o habla de tal modo. Peligroso, porque no hay justicia y porque no hay razón en el torpe.
Aunque parezca pedante no es mi intención. Un consejo; cuídense del torpe pues siempre se lleva uno a su lado, siempre lee uno en algún medio y, sobre todo, no se contagien de sus desvaríos que la vida es muy bella si no cometen los errores de otro, por su propia torpeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario