Y Moisés subió a la montaña por las tablas de la ley; pero advirtió al pueblo de Dios que volvería con el mandato de Dios y su ley. Pero tardó tiempo, mucho dirían algunos, tanto que el pueblo comenzó a olvidar lo que Moisés les advirtió y empezaron a llegar los embaucadores y aduladores cuya misión en esta vida es nada más y nada menos que hacer que los demás reviertan sus pensamientos contra sí mismo. Y al tiempo, sobre lo que el pueblo encontraba sentido no fue sino olvido, y los mandatos de Moisés se olvidaron por los oscuros consejos de los aduladores. Y la perversión se extendió por el pueblo que empezó a caer en la cuenta de que no tenía ídolo al que adular para justificar su mal propósito. Y así creó a Aaron, el becerro de oro y lo tomaron como un Dios, aunque solo fuera un becerro. Y relucía, aunque solo fuera por el metal dorado que les hacía olvidar el sentido común y arrogarse sobre su propia mezquindad y malos pensamientos. Hasta que volvió Moisés. Y arrojó las tablas de la ley sobre el Becerro.
Este resumen, elaborado de propio cuño por el que escribe, no deja de ser un pasaje de la historia del mundo que hoy día se repite. Jerez lo demuestra. Una y otra vez. Repitiéndolo hasta la saciedad aunque el insconciente general de la población no sepa por qué se arroja a la adulación del becerro de oro. Aunque nadie haya hecho el paralelismo entre el becerro dorado y los alcaldes de Jerez, Pacheco, Pilar y Pelayo. Las tres "P" de Jerez. Aunque las grandes obras, los grandes titulares, las grandes mentiras envueltas en papel de regalo, con el becerro dorado dentro, no parezca lo que en verdad es, por la ignorancia de la población en general y la adulación inconsciente por el becerro de la que padece las tres cuartas partes de docientos mil. Pero, señoras y señores, Moisés, ese barbudo testarudo que una vez fue príncipe, vuelve, también, una y otra vez. Y lo que es peor, siempre trae las tablas de la ley. Y cuando las arroja el becerro explota y los alcaldes son encarcelados. Unos antes, otros después.
Por eso piensen si es que los alcaldes de Jerez son unos sinvergüenzas o si es la población la que hace con su adulación en lo que se convierten. Si son sinvergüenzas o son un producto del inconsciente colectivo adulador enraizado en esta tierra. Porque la historia del becerro de oro es muy antigua. Tanto, como el empeño de los Jerezanos por condenarse en creer que alguien hace bien algo sin pruebas y sin espíritu crítico. Porque a la gente de aquí gusta que reluzca, que parezca dorado, que brille. Aunque después venga Moisés con su tabla y todos se echen las manos a la cabeza y nieguen y perjuren que ellos jamás votaron lo que votaron y jamás aplaudieron a los que aplaudieron. En fin. Quién se va a acordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario